La historia de un foráneo
Desde que era niña, quería adelantarme y hacer cosas de "gente grande". Afortunadamente, disfruté muchísimo mi infancia porque mi mamá no dejó que me saltara ciertas etapas importantes. "Todo tiene su momento", repetía una y otra vez.
Aunque al principio no lo entendía así, lloraba como niñita malcriada para que me dejaran hacer cosas de adultos. Pero todo fue en vano. Por lo menos hasta que llegué a la universidad.
El sueño de ser periodista no era algo nuevo. Desde que era pequeña lo supe -un cliché que es completamente cierto en mi caso-, pero había un problema: ¿En qué universidad iba a estudiar?
Yo quería la UCV, como la mayoría. Pero, lamentablemente, no entré. La "vaina" no estaba tan difícil y mi mamá y yo viajamos de El Tigrito a Caracas de todas maneras. Intentar nunca está de más.
No se pudo en la Central y mamá pagó la preinscripción en la Católica Andrés Bello de Caracas. Recuerdo la emoción que sentía. La vida universitaria sería una aventura... y vaya que lo ha sido.
El clima, la ciudad, la gente... era la capital lo que yo quería. Sin embargo, estando un día frente a mi computadora, en mi pequeño cuarto de El Tigrito, pensé muchas cosas. "Recién cumplí 16 años" "Voy a estar muy lejos" "Mejor no me voy tan lejos".
Así pasó. "¿Y si me inscribo en la Santa María de Puerto La Cruz?", le dije a mi mamá; y ella, sorprendida, me dijo que sí.
Primeros meses
En el 2012, cuando empecé la universidad, el semestre costaba como 13 mil bolívares. Era más o menos para aquel entonces. A eso tenía que sumarle la comida, el condominio y el transporte, sin contar los gastos académicos.
Mi mamá nunca me negó el apoyo y "le echaba pichón" para mantener a mi hermanita y a mí, que estaba fuera de casa. Yo no tenía cuenta bancaria. Ella me daba 300 bolívares para la semana y un cheque para pagar la mensualidad de la carrera.
Esos 300 bolívares eran suficientes para desayunar algo en la universidad, sacar copias, pagar el autobús e irme a casa el viernes. El pasaje de Puerto La Cruz a El Tigre costaba 90 bolívares. Cada fin de semana hacía mi bolso y viajaba.
Lo más bonito de la universidad era el cafetín. Vendían bebidas de Starbucks y los famosos té de Arizona. Había papel en los baños, los salones tenían televisores y los aires funcionaban perfecto. También teníamos wifi.
No había internet en mi casa, ni televisión por cable. Bastaba con una antena para ver los canales nacionales cuando lo necesitase. Nunca he sido de estar frente al televisor por mucho rato.
Cuando tenía que reunirme con mis compañeras para estudiar, no faltaban las chucherías. Cada una aportaba de 25 a 30 bolívares y era suficiente.
Siempre visitaba el abasto Bicentenario que estaba cerca de mi casa para comprar la comida, las chucherías y hasta las bebidas para las reuniones en la noche. Sin número de cédula, sin cola.
Un día, aumentaron el pasaje a 100, ¡la gente se iba a morir! "Se pasan. Está carísimo", decían. Entonces, decidí abrirme la cuenta bancaria porque no sabía cuándo necesitaría que me mandaran dinero.
Ese no fue el único aumento. El dólar paralelo también había subido, pero no llegaba ni a 30. Sin embargo, era tan alarmante que la gente no lo podía creer.
Conseguí una beca universitaria. Costeaba mi semestre trabajando en la casa de estudios. Un alivio para mí y para mi mamá.
Recuerdo que lo más bonito era llegar a casa, abrir la despensa y ver que había cosas riquísimas para comer. Mi abuela siempre tenía algo escondido.
Últimos meses
Actualmente, curso el último período de Comunicación Social, mención Periodismo Impreso. Ya no soy becada. El semestre cuesta más de 200 mil bolívares y el pasaje para "mi pueblo" superó los 6 mil. Es increíble cómo cambió todo.
El pasaje de autobús que un día costó Bs. 5, hoy cuesta más de 150 bolívares. Una "carrerita" de ruta corta cuesta mínimo 2 mil y así podría pasar todo un día escribiendo el notorio incremento de los precios.
No sé en qué momento desperté y la realidad me dio hasta con el tobo. Ahora sólo viajo cada 15 días o una vez al mes a visitar a mi familia. Los perros calientes que tanto me gustaban y costaban sólo 8 "bolos", ya no me atrevo ni a preguntar el precio.
Hoy, más de 70 chamos han muerto por defender un país que es de ellos. Porque el día a día del venezolano es una odisea y todos lo saben.
El corazón se me arruga cuando veo a las personas comiendo de la basura y cuando un chamito deja de ir a la escuela porque tiene que ayudar a su mamá con los gastos de la casa.
La gente ya se enfermó con la aplicación de DólarToday, porque el dólar paralelo superó los 8 mil bolívares. Nuestra moneda no vale nada.
Nuestro medio de comunicación más efectivo son las redes sociales, y la prensa recibe ataques terribles de quien debería defendernos.
Hay muchas cosas que me desesperan y me hacen dudar. Pero a la vez, hay tanta gente que quiere un cambio, que no se cansa, que no se rinde.
Todavía hay mucha historia por escribir y cuentos por echar. Este no es el punto y final. Hay distintas maneras de luchar y tú puedes unirte a una de ellas.
Aunque al principio no lo entendía así, lloraba como niñita malcriada para que me dejaran hacer cosas de adultos. Pero todo fue en vano. Por lo menos hasta que llegué a la universidad.
El sueño de ser periodista no era algo nuevo. Desde que era pequeña lo supe -un cliché que es completamente cierto en mi caso-, pero había un problema: ¿En qué universidad iba a estudiar?
Yo quería la UCV, como la mayoría. Pero, lamentablemente, no entré. La "vaina" no estaba tan difícil y mi mamá y yo viajamos de El Tigrito a Caracas de todas maneras. Intentar nunca está de más.
No se pudo en la Central y mamá pagó la preinscripción en la Católica Andrés Bello de Caracas. Recuerdo la emoción que sentía. La vida universitaria sería una aventura... y vaya que lo ha sido.
El clima, la ciudad, la gente... era la capital lo que yo quería. Sin embargo, estando un día frente a mi computadora, en mi pequeño cuarto de El Tigrito, pensé muchas cosas. "Recién cumplí 16 años" "Voy a estar muy lejos" "Mejor no me voy tan lejos".
Así pasó. "¿Y si me inscribo en la Santa María de Puerto La Cruz?", le dije a mi mamá; y ella, sorprendida, me dijo que sí.
Primeros meses
En el 2012, cuando empecé la universidad, el semestre costaba como 13 mil bolívares. Era más o menos para aquel entonces. A eso tenía que sumarle la comida, el condominio y el transporte, sin contar los gastos académicos.
Mi mamá nunca me negó el apoyo y "le echaba pichón" para mantener a mi hermanita y a mí, que estaba fuera de casa. Yo no tenía cuenta bancaria. Ella me daba 300 bolívares para la semana y un cheque para pagar la mensualidad de la carrera.
Esos 300 bolívares eran suficientes para desayunar algo en la universidad, sacar copias, pagar el autobús e irme a casa el viernes. El pasaje de Puerto La Cruz a El Tigre costaba 90 bolívares. Cada fin de semana hacía mi bolso y viajaba.
Lo más bonito de la universidad era el cafetín. Vendían bebidas de Starbucks y los famosos té de Arizona. Había papel en los baños, los salones tenían televisores y los aires funcionaban perfecto. También teníamos wifi.
No había internet en mi casa, ni televisión por cable. Bastaba con una antena para ver los canales nacionales cuando lo necesitase. Nunca he sido de estar frente al televisor por mucho rato.
Cuando tenía que reunirme con mis compañeras para estudiar, no faltaban las chucherías. Cada una aportaba de 25 a 30 bolívares y era suficiente.
Siempre visitaba el abasto Bicentenario que estaba cerca de mi casa para comprar la comida, las chucherías y hasta las bebidas para las reuniones en la noche. Sin número de cédula, sin cola.
Un día, aumentaron el pasaje a 100, ¡la gente se iba a morir! "Se pasan. Está carísimo", decían. Entonces, decidí abrirme la cuenta bancaria porque no sabía cuándo necesitaría que me mandaran dinero.
Ese no fue el único aumento. El dólar paralelo también había subido, pero no llegaba ni a 30. Sin embargo, era tan alarmante que la gente no lo podía creer.
Conseguí una beca universitaria. Costeaba mi semestre trabajando en la casa de estudios. Un alivio para mí y para mi mamá.
Recuerdo que lo más bonito era llegar a casa, abrir la despensa y ver que había cosas riquísimas para comer. Mi abuela siempre tenía algo escondido.
Últimos meses
Actualmente, curso el último período de Comunicación Social, mención Periodismo Impreso. Ya no soy becada. El semestre cuesta más de 200 mil bolívares y el pasaje para "mi pueblo" superó los 6 mil. Es increíble cómo cambió todo.
El pasaje de autobús que un día costó Bs. 5, hoy cuesta más de 150 bolívares. Una "carrerita" de ruta corta cuesta mínimo 2 mil y así podría pasar todo un día escribiendo el notorio incremento de los precios.
No sé en qué momento desperté y la realidad me dio hasta con el tobo. Ahora sólo viajo cada 15 días o una vez al mes a visitar a mi familia. Los perros calientes que tanto me gustaban y costaban sólo 8 "bolos", ya no me atrevo ni a preguntar el precio.
Hoy, más de 70 chamos han muerto por defender un país que es de ellos. Porque el día a día del venezolano es una odisea y todos lo saben.
El corazón se me arruga cuando veo a las personas comiendo de la basura y cuando un chamito deja de ir a la escuela porque tiene que ayudar a su mamá con los gastos de la casa.
La gente ya se enfermó con la aplicación de DólarToday, porque el dólar paralelo superó los 8 mil bolívares. Nuestra moneda no vale nada.
Nuestro medio de comunicación más efectivo son las redes sociales, y la prensa recibe ataques terribles de quien debería defendernos.
Hay muchas cosas que me desesperan y me hacen dudar. Pero a la vez, hay tanta gente que quiere un cambio, que no se cansa, que no se rinde.
Todavía hay mucha historia por escribir y cuentos por echar. Este no es el punto y final. Hay distintas maneras de luchar y tú puedes unirte a una de ellas.
Comentarios
Publicar un comentario