Navidad intermitente
El día comenzó con mucha angustia. El sueño que tuve la
noche anterior atormentaba mis pensamientos. Algunos dicen que soñar con la muerte
es sinónimo vida. Pero ese no fue el caso.
Tomé el celular antes de levantarme de la cama. Revisé
Instagram como acostumbro y lo primero que conseguí fue la foto de un conocido
acompañada de un lazo negro ¡Vaya 24! Sentí escalofríos en todo el cuerpo y
solo pensé en el sueño. En realidad, pensé muchas cosas que venía cargando
desde que comenzó el mes.
En las otras redes sociales las quejas no dejaban de hacer
ruido. No había pernil, tampoco fuegos artificiales y la miseria era más
intensa que nunca. Las fotos de la gente comiendo de la basura estaban una tras
otra. Aunado a eso, estaba el recuerdo de mi padre, quien ya no se encuentra
conmigo. Casi caigo en la depresión común del venezolano.
Yo también me quejé. No puedo negarlo. Estrené un suéter que
me hizo mi mamá y más nada. Utilicé los mismo tacones de los últimos meses y un
pantalón que no había “ruleteado” tanto, como dice mi abuela.
Sin embargo, no caí. A las seis de la tarde, me bañé, me vestí y me
maquillé. El reloj marcó las nueve cuando todos estábamos listos. El silencio
era ruidoso. No hubo un fosforito en toda la calle. Pero ahí estábamos todos –
o casi todos –, rodeando la mesa que tenía una torta negra en el medio.
Comimos unas hallacas que compró mi mamá y luego, hicimos el
típico intercambio de regalos. Compartimos, reímos, y llegó la hora del
nacimiento del niño Jesús. Mis tíos se fueron a sus casas para que mis primos
buscaran el regalo que Santa había dejado.
Faltaba algo. No visitamos al resto de mi familia, tampoco
vi a mis amigos. Casi vuelvo a caer en la desdicha popular. Pero mi mamá entró
a mi cuarto con una bolsa de regalos y me dijo “¡Feliz navidad!” Acompañada
por mi hermanita y mi abuela.
Entonces entendí que no me faltaba nada. Hubo partidas. No
estaba papá. Pero yo estaba completa, porque todavía recibo amor todos los días
y eso – para mí – es lo más importante.
Definitivamente, no importa si ya mi árbol de navidad no
está lleno de regalos como antes. Mientras pueda compartir con los seres que
más quiero, seré feliz. Espero que la fuente de cariño no se seque nunca y que
siempre haya unos brazos abiertos esperándome para darme mucho amor.
Vendrán tiempos mejores. No se trata de ser conformistas
sino de saber agradecer las cosas valiosas que muchas veces dejamos pasar por
la falta de atención. Entonces llegará el momento que deban partir todas esas
cosas y te arrepentirás por no haber dado afecto en el momento que podías.
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