Sin adiós

La lucecita de sol entró por su ventana y le dio los buenos días. Diarismo puro, nada fuera de lo normal. Se lavó los dientes. Pidió la bendición y desayunó. Como siempre, Sebastián asomó su rostro por la ventana y le gritó a Matt, su mejor amigo. Vivían en la misma residencia, pero en distintos edificios.

Ambos bajaron para hablar mejor. El viento de la mañana los hacía sentir vivos. En medio de una conversación cotidiana, surgió la idea de asistir a una fiesta. El mismo escenario apareció en sus mentes: chicas, bebidas, y mucha música. La caótica idea de un país inseguro nunca penetró sus pensamientos.

Antes de que terminara la tarde, invitaron a un tercer compañero: Antonio, quien también vivía en la misma residencia. Estaban en la edad de las rumbas y del típico pensamiento de "no pasará nada". La emoción los llevó a prepararse. No sin antes cortarse el cabello. Tenían que ir a la peluquería para estar más guapos.

La peluquera de la residencia hizo su trabajo. Tijera por aquí, máquina por allá y listo. Tres jovencitos dispuestos a pasarla bien esa noche. Cada uno subió a su casa. La ansiedad de que llegara la hora les invadía el cuerpo. 

Sebastián se alistó rápido. Una ducha, peinado y perfume. Esperó recibir el mensaje de alguno de sus  amigos para bajar. Antonio también estaba listo. Solo faltaba Matt. Así que decidieron esperarlo abajo, sentados en unos banquitos. 

"No vayan a salir tan tarde, muchachos", le dijo una señora que también estaba sentada en los banquitos. Palabras que volaron con el viento sin entrar en ninguna conciencia. Ellos solo rieron y sus planes no cambiaron. El tercer personaje estaba listo. Bajó y los tres partieron a la fiesta.

Llegaron sanos y salvos. El lugar estaba lleno de chamos como ellos. Un par de tragos y una buena música bastaron para hacerlos sentir cómodos en el sitio. De pronto y sin darse cuenta, cada uno tomó su rumbo. Se separaron en la fiesta.

Sebastián quiso ser el héroe de la noche. Intentó tragarse el miedo y decidió acompañar a dos muchachas a sus casas - Laura y Carla -. El reloj marcaba la 1:40 de la madrugada. La noche tenue no los abrigaba. Caminaron por calles frías, calles solas. La tranquilidad pasó a ser tensión cuando el ronroneo de una moto los sacudió.

"Dame el bolso, Laura", ordenó una voz desde la moto que se acercó. La sombra mostraba una figura masculina y un arma sobresaliente. El protagonismo de Sebastián no había terminado. En medio de pensamientos confusos, defendió a Laura con sus manos. Y se arriesgo a pelear con el motorizado.

Los golpes terminaron en el piso. No bastó un puñetazo para acabar la historia. ¡PA! Sonó el estremecedor sonido de un disparo. La suerte aun seguía con Sebastián, quien solo había sufrido los golpes... hasta el momento.

Las manos se perdieron de su rumbo, se enredaron. La suerte de ambos se iba consumiendo como un cigarrillo. ¡PA! Segundo disparo. Esta vez, si entró por la costilla de uno de los cuerpos. Sebastián tenía sangre. Su visión había cambiado. El miedo pasó a ser dolor, pero la pelea no terminaba. La lucha más grande era entre su defensa y su cuerpo dolorido.

Las manos del motorizado no estaban vacías. Seguía con el arma y no pretendía detenerse. Ambos insistían con los puñetazos. Laura y Carla miraban sin demostrar emociones ni sentimientos. Sus caras de póker bastaban para entender que estaban en estado de shock.  Posiblemente, la imagen que veían solo la habían leído en las últimas páginas del periódico.

Sonó un tercer disparo. Más sangre para Sebastián. En su pecho había un hueco, había sangre. Volvió a escucharse el ronroneo de la moto, pero más lejano esta vez. La historia volvió a ser de tres. El herido intentó no pensar. Quiso volver a ser valiente y se levantó. Corrió. Corrió mucho, pero cayó  en una esquina.

Las muchachas iban detrás de él. No pudieron hacer más que escuchar a Sebastián. Sus palabras eran de dolor. Su rostro ya no era el mismo. Volvió el sonido de la moto. Para sorpresa de todos, era un policía. Miró al muchacho. Llamó a unas personas y quedó quieto. Pasaron unos minutos cuando llegó una patrulla.

Subieron a Sebastián a la patrulla. Laura y Carla también subieron. Ellas seguían con las emociones paralizadas. "¿Ya llegamos?", repetía el joven herido una y otra vez. El desesperó entró en la historia que cambió de rumbo rápidamente.

                                                                         ____

La música, los chamos y las bebidas permanecían en la fiesta. Matt y Antonio se consiguieron entre tanta gente y comenzaron su busqueda. "¿Dónde está Sebastián?", se preguntaron simultáneamente. Y el mal presentimiento que aparece en las típicas telenovelas se apoderó de ellos. Matt tenía miedo y no sabía de qué.

La noticia llegó rápido a la fiesta y de manera escandalosa. Matt se congeló. En su mente se abrió un río de posibilidades. Y el miedo a lo desconocido se volvió propio y más intenso. "Quiero ver a mi hermano", dijo y se marchó rápidamente a las 3:00am. Sin previo aviso. Sin buscar compañía.

Sus pies no recibieron la señal de descanso. Se pusieron en marcha. Corrió como nunca. No hubo tiempo de pensar. Solo hubo tiempo de liberar lágrimas. 13 minutos de carrera y aún le faltaba la mitad del recorrido. Pero un "Dame todo lo que tienes" lo detuvo. Intentaron despojarlo de sus pertenencias, pero no fue suficiente para detenerlo. Lanzó su cartera y siguió.

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La escena de la clínica era otra. La mamá de Sebastián había llegado. Los médicos salieron con rostros cansados. "¿Dónde está mi muchacho? Esos no son juegos", repetía una y otra vez. Pero la noticia no cambiaría. Había muerto.

Matt llegó. Antes de recibir una noticia, recibió una cachetada. "Esto es tu culpa", le dijo la mamá de su mejor amigo. Se derrumbó por dentro. Y solo hubo tiempo de llorar. Era difícil aceptar que todo lo que estaba pasando era verdad. Miró todas las caras que estaban en aquel lugar. Y en silencio, lloró, lloró más.

La policía se llevó a las muchachas para investigarlas. La historia no había terminado. Ellas sabían algo más. En medio de la investigaciones, revisaron el celular de Laura. Y en efecto, había algo más. Un mensaje de texto:


1:00am-Laura:Ven a buscarme.
1:02am-Johan:No. 
1:35am-Laura: Gracias. Ya tengo quien me acompañe.

____ 
 
Eso había pasado. Johan, de 17 años, quería algo con Laura. Pero Laura jugó mal. Escribió un mensaje malintencionado que cambió el destino de Sebastián, joven de 17 años. Y cambió el destino de muchas personas que lo apreciaban.

Johan conocía a Sebastián. Eso no importó. La impotencia del momento tuvo un mal final. Una vida terminó y otra cambió. Las cosas no volvieron a ser iguales. La historia no fue más rosa. La historia fue gris desde ese momento.


Días antes, Sebastián había publicado en sus redes sociales: "Al morir solo nos llevamos lo que disfrutamos". Esto movió más la fibra sentimental de cada amigo, cada familiar, cada conocido.
Tenemos una fecha de cumpleaños. Pero no tenemos una fecha para morir. No estaremos preparados. Porque la vida es así. Un día abrimos los ojos y al siguiente, los cerramos para no abrirlos jamás.





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