La seguridad cruzó la calle

Eso de que nada pasa por casualidad siempre se refleja en cada acción y ocasión de nuestras vidas. Desde la noche anterior, los planes habían sido diferentes para Gherfran Sánchez. El sueño ganó la batalla y como consecuencia, olvidó programar la alarma en su teléfono. Pero el reloj biológico no falló. Despertó a las 5:00am como acostumbraba, y notó que además, su celular no había cargado.

Salió del cuarto, desayunó, tomó un baño, se vistió y finalmente, emprendió la marcha a las 6:15am. El clima nublado acompañaba al frío que vestía la mañana. El viaje había comenzado. Gherfran tomó el autobús desde La Guaira para “subir a Caracas” y poder llegar a su casa de estudios. En el camino, nada pudo llamar su atención. Las ganas de dormir aparecieron nuevamente, hasta que el autobús llegó a la parada final.

Antes de bajarse, revisó su celular y cuidadosamente, intentaba que nadie lo viera. “Caracas está muy peligrosa”, pensó. Bajándose, guardó el teléfono en el bolsillo y siguió caminando hasta el Instituto Universitario de Tecnología y Administración Industrial –Iuta-, que está a cinco cuadras desde la parada.

Como todos los días, la avenida Baralt estaba adornada de gente caminando para el trabajo, colegio o universidad. Con pasos enérgicos, Gherfran centró su atención en un muchacho moreno, que vestía un suéter verde, pantalón gris y zapatos oscuros. Su manera de circular era sospechosa para Sánchez. De pronto, el hombre volteó varias veces, como quien busca a alguien, y sacó algo de su bolsillo.

“Mejor hago como que si no vi nada”, pensó Gherfran mientras rascaba su rodilla para disimular los nervios que estaban por entrar en la escena. Dio media vuelta y tomó el camino de regreso, evitando lo que posiblemente ya estaba escrito. Buscando algún lugar donde sentirse seguro, no encontró nada. Eran las 7:00am y los comercios permanecían cerrados. Se encontraba solo en una esquina, angustiado, evitando a toda costa ese temible visitante llamado hampa.

Volteó otra vez, con la esperanza de no ver nuevamente al muchacho vestido de verde. Pero no fue así. Este venía a su lado. El temor dijo presente. Por la misma calle, venía una pareja, un militar y una mujer vestida de civil. Gherfran intentó cruzar la calle con ellos. Al acercarse, la muchacha lo vio de pies a cabeza, demostrando una mirada despectiva.

El momento de cruzar había llegado, y con él, lo que cualquier venezolano quiere evitar. El muchacho vestido de verde privó la acción de Sánchez y sin sacudida alguna, le dijo: “Dame el teléfono o te doy un tiro en la cara”. La pareja, al ver la escena, ignoró cualquier acto de ayuda y siguió su camino, sin darle importancia a lo que ocurría. Gherfran puso resistencia, y por el miedo, sólo decía que no entregaría nada.

No pasó ni un minuto cuando llegó otro participante al acontecimiento. Un muchacho de suéter blanco con negro, pantalón blanco y zapatos del mismo color, le dio un empujón a Gherfran. “Dame el teléfono o te matamos aquí mismo”, ordenó. Al ver que eran dos, no tuvo otra opción que entregarles el celular. Uno de los hombres intentó arrancarle el bolso, pero ahí no había nada de valor. “Si llegas a voltear te damos un tiro en la espalda”, le advirtió uno.

Los nervios, la impotencia y las emociones inexplicables acompañaron a Gherfran Sánchez hasta el Iuta, que para su mala suerte, aún estaba cerrada. Pensaba en lo que había vivido y en el militar que cruzó la calle como si nada. Tampoco faltó la rabia que, poco después, se convirtió en llanto. Él sólo pensaba en lo mucho que le había costado tener su teléfono y que así de rápido y fácil, viniera otra persona a quitárselo.

Sus compañeros intentaron darle ánimos. “Eso se recupera”, decían. Pero nada logró que las cosas volvieran a ser como antes. Había emociones que no podía explicar. Había sentimientos vivos, pero muertos a la vez. Había confusión, tristeza, desesperanza.

La realidad de Gherfran es la realidad del venezolano común, del venezolano que no está seguro si vive o sobrevive. La realidad que demuestra que tu vida vale menos que un celular. Donde la ayuda se queda del otro lado de la calle y tú, tú sin tener otro camino, caes en manos del pila delincuente, que no le tiembla la mano para acabar con tu historia.



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